jueves, 7 de marzo de 2013

Afiliados y Afiliadas en acción

MAGNOLIA

Por Sister Judith Noone, MM
San Marcos, Guatemala

                                                                                              
Nada menos que seis mil familias perdieron sus casas en el terremoto del 7 de noviembre 2012 en San Marcos, Guatemala, así que cuando me pidieron escribir una historia real de la valía de las mujeres a raíz del terremoto que sufrieron en San Marcos, no tenía que ir lejos de nuestra casa para encontrar a muchas vecinas cuyos ejemplos me tocaron y siguen haciéndolo profundamente.  Les voy a contar un poco de la vida de Magnolia.



Magnolia creció en una casita a la par de nuestra casa. Construida de adobe, con dos cuartos.  Allí vivía con sus papás, tres hermanos y dos hermanas hasta que, casada ya, fue a vivir con su esposo en el mismo pueblo de San Marcos, alquilando una casa compartida con tres familias más.  Eventualmente, cuando su papá perdió la vista, lo llevó con ella, dejando a su mamá con dos hermanos que tomaban demasiado y poco a poco se murieron por el exceso de licor. “Mis hermanos eran buenos pero cuando tomaban maltrataban a mi mamá. Fue en vano que intentáramos llevarla a vivir con nosotros. Ella los quería mucho y a pesar de todo, no los dejaría nunca. Todavía tiene la ropa de mis hermanos bien planchada y dobladita en un armario.” Solita, la mamá de Magnolia pasaba varias horas del día sentada en la puerta de la casita mirando, a veces platicando con la gente que pasaba y a veces tomando.


 
Magnolia por fin pudo “con engaños” llevarla a vivir con ella. Así que no vivía nadie  allí en la casita cuando nuestro mundo fue sacudido en San Marcos el día 7 de noviembre a las diez y media de la mañana. Y no sorprendió a nadie que, al pasar las autoridades, escribieron “demoler” en la pared y así sucedió. Una semana después venía la maquinaria pesada demoliendo las casas que habían sido condenadas por nuestra calle.  Toda la familia de Magnolia estaba presente: su esposo, hermanas (ya no vivía ningún hermano) hijos, hijas, nietos. Y allí estaba su mamá, con quizás la cara más triste que jamás había visto yo. Pero llevaron a su mamá con vecinos para que no viera la destrucción final. En cuestión de minutos la máquina derrumbó la casa, dejando a la familia rescatar la madera y láminas que pudieran servir de algo.  Cuando yo pensaba que lo peor acababa de pasar, Magnolia me contó que al día siguiente iban a demoler la casa que su familia y tres familias más alquilaban. “¿Qué van a hacer ustedes entonces?” -le pregunté. “Solo Diosito Lindo sabe” -me contestó, con una pequeña huella de una sonrisa triste en su cara.
 
En unos segundos Magnolia había subido al sillón vacío de la máquina enorme y como si estuviera manejándola, me dijo “¡Tómeme una foto por favor, de un momentito alegre entre la tristeza de hoy y la de mañana!”
Actualmente está viviendo en una casa alquilada por su hijo y su familia a una cuadra de nosotras. Su mamá estaba con ella hasta que la cercanía del vacío donde había estado antes su casita por toda la vida, fue demasiado. Salía a diario para ir a mirar a la nada, cada día más deprimida. De nuevo “con engaños” la llevaron con su hermana que vive en la capital. “No entiendo porque mi mamá está tan triste por una casita que fue el lugar de tanto sufrimiento durante  años. Pero fue su hogar, ni modo.”  “¿Y ustedes?” -pregunté yo, “¿cómo están?”
Estamos bien. Tenemos un techo y un cuartito alquilado y Diosito Lindo está con nosotros. Nos cuidará como siempre.”
 


 

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