MAGNOLIA
Por Sister Judith Noone, MM
San Marcos, Guatemala
Nada menos que
seis mil familias perdieron sus casas en el terremoto del 7 de noviembre 2012
en San Marcos, Guatemala, así que cuando me pidieron escribir una historia real de la valía de las mujeres a
raíz del terremoto que sufrieron en San Marcos, no tenía que ir lejos de
nuestra casa para encontrar a muchas vecinas cuyos ejemplos me tocaron y siguen
haciéndolo profundamente. Les voy a
contar un poco de la vida de Magnolia.
Magnolia
creció en una casita a la par de nuestra casa. Construida de adobe, con dos
cuartos. Allí vivía con sus papás, tres
hermanos y dos hermanas hasta que, casada ya, fue a vivir con su esposo en el
mismo pueblo de San Marcos, alquilando una casa compartida con tres familias
más. Eventualmente, cuando su papá
perdió la vista, lo llevó con ella, dejando a su mamá con dos hermanos que
tomaban demasiado y poco a poco se murieron por el exceso de licor. “Mis hermanos eran buenos pero cuando tomaban
maltrataban a mi mamá. Fue en vano que intentáramos llevarla a vivir con
nosotros. Ella los quería mucho y a pesar de todo, no los dejaría nunca.
Todavía tiene la ropa de mis hermanos bien planchada y dobladita en un
armario.” Solita, la mamá de Magnolia pasaba varias horas del día sentada
en la puerta de la casita mirando, a veces platicando con la gente que pasaba y
a veces tomando.
Magnolia por
fin pudo “con engaños” llevarla a vivir con ella. Así que no vivía nadie allí en la casita cuando nuestro mundo fue
sacudido en San Marcos el día 7 de noviembre a las diez y media de la mañana. Y
no sorprendió a nadie que, al pasar las
autoridades, escribieron “demoler” en la pared y así sucedió. Una semana
después venía la maquinaria pesada demoliendo las casas que habían sido
condenadas por nuestra calle. Toda la
familia de Magnolia estaba presente: su esposo, hermanas (ya no vivía ningún
hermano) hijos, hijas, nietos. Y allí estaba su mamá, con quizás la cara más
triste que jamás había visto yo. Pero llevaron a su mamá con vecinos para que
no viera la destrucción final. En cuestión de minutos la máquina derrumbó la
casa, dejando a la familia rescatar la madera y láminas que pudieran servir de
algo. Cuando yo pensaba que lo peor
acababa de pasar, Magnolia me contó que al día siguiente iban a demoler la casa
que su familia y tres familias más alquilaban. “¿Qué van a hacer ustedes entonces?” -le pregunté. “Solo Diosito Lindo sabe” -me contestó,
con una pequeña huella de una sonrisa triste en su cara.
En unos
segundos Magnolia había subido al sillón vacío de la máquina enorme y como si
estuviera manejándola, me dijo “¡Tómeme
una foto por favor, de un momentito alegre entre la tristeza de hoy y la de
mañana!”
Actualmente
está viviendo en una casa alquilada por su hijo y su familia a una cuadra de
nosotras. Su mamá estaba con ella hasta que la cercanía del vacío donde había
estado antes su casita por toda la vida, fue demasiado. Salía a diario para ir
a mirar a la nada, cada día más deprimida. De nuevo “con engaños” la llevaron
con su hermana que vive en la capital. “No
entiendo porque mi mamá está tan triste por una casita que fue el lugar de
tanto sufrimiento durante años. Pero fue
su hogar, ni modo.” “¿Y ustedes?” -pregunté yo, “¿cómo están?”
“Estamos bien. Tenemos un techo y un cuartito
alquilado y Diosito Lindo está con nosotros. Nos cuidará como siempre.”
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