lunes, 16 de junio de 2014

Buena Nueva

TODOS SOMOS HUMANOS Y NUESTRA MADRE
 TIERRA NOS UNE
Por Alberto Bailetti
Afiliado Maryknoll, Perú

El título de este artículo reproduce las palabras de Davi Kopenawa, de la etnia Yanomani de Brasil con las que se inicia el editorial NTLH sobre la sabiduría de los pueblos originarios. Quiero felicitar a la revista por esta iniciativa que nos lleva a tratar un tema medular de la misión que debemos cumplir los Afiliados Maryknoll. Dios quiere que todos estemos unidos en un solo Espíritu porque Él se manifiesta en cada persona, grupo humano y cultura, así como en la relación entre éstos con la Madre Tierra y toda la Creación. Qué sabiduría pues la expresada por Davi Kopenawa en una frase tan breve. Sin embargo la tendencia del ser humano a través de toda su historia es a la división, a la discriminación, a creernos dueños de la verdad y a querer imponer nuestras ideas a los demás e incluso a la Divinidad en cuyo nombre creamos jerarquías y diferencias.
 
El mensaje de Jesús es claro, todos/as estamos invitados/as por igual a la Mesa del Señor, somos semejantes ante sus ojos, nos guste o no nos guste. Predicó que debían unirse hombres, mujeres, cristianos, judíos, gentiles, griegos, romanos, samaritanos, santos y pecadores, sanos y enfermos, amos y esclavos, ricos y pobres. Nadie está excluido, por tanto hoy no podemos apartar a los no creyentes, a los gays, a las minorías, a los musulmanes, hindúes o a quienes forman parte de los pueblos originarios o culturas tradicionales. Los cristianos con el tiempo empezamos a distorsionar el mensaje de Dios sustituyéndolo por el nuestro, el que nos convenía para dominar a los demás, satisfacer nuestro ego, ansias de poder y  riqueza o para ocultar nuestros propios defectos con gran hipocresía.
 
En vez de proclamar la palabra de Dios y su amor a todos, atendiendo a las necesidades de los pueblos originarios, respetando su identidad, sabiduría y cultura; muchas veces guardábamos un silencio cómplice con quienes los perseguían, explotaban, los privaban de sus territorios y/o los esclavizaban. Es cierto que en el pasado nuestros misioneros defendieron a estos pueblos, basta recordar las reducciones jesuitas. Y de esto debemos sentirnos orgullosos. Sin embargo debemos reconocer que la gran mayoría no llegó a asimilar en su inconsciente que los integrantes de estos pueblos eran tan iguales como nosotros y que teníamos tanto que aprender de ellos. Por lo general los vimos con ojos paternalistas, como seres ignorantes. Pocos creían realmente que Dios expresase su sabiduría a través de ellos, de sus costumbres y espiritualidad. Vanidosamente creíamos que Dios hablaba a través nuestro y de nuestra cultura a los pueblos paganos a quienes debíamos salvar del infierno y a sus niños del limbo mediante el bautizo. Nos encanaban los sermones en vez de seguir el consejo de San Francisco de Asís de predicar siempre pero en lo posible no con palabras.
 
Vaticano II fue una saludable rectificación. En la Iglesia unos lo asimilaron muy pronto, como fue el caso de los Maryknoll. Empezamos a ver la misión ya no como la evangelización de los religiosos blancos de Estados Unidos y Europa a favor de los pobres nativos idólatras que no conocían a Jesús. El testimonio del Evangelio iba ahora necesariamente vinculado al compromiso por la paz, la justicia, los derechos humanos y de los pueblos originarios. Partiendo del reconocimiento que la misión es de todos y no sólo de los religiosos, Maryknoll incentivó el desarrollo de la labor de los laicos y sus instituciones así como la interrelación entre el Evangelio y las diferentes culturas. Jaime Madden fundador de los Afiliados Maryknoll fue todo un ejemplo en este sentido. No obstante los casi 50 años transcurridos desde la clausura de Vaticano II la Iglesia, su jerarquía y miembros distan todavía de haber asimilado completamente la depuración de nuestras propias idolatrías: el poder y superioridad de nuestra cultura occidental, el culto a las jerarquías, al dinero así como el menosprecio a las culturas tradicionales. Es nuestra obligación ponerlo de manifiesto y trabajar para que esta situación siga cambiando. Seamos sabios, reconozcamos que todos somos iguales, unidos en el Espíritu, en la Madre Tierra y en la Creación. Empecemos a escuchar los susurros de Dios que provienen de los pueblos originarios.

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