jueves, 20 de junio de 2013

Afiliados y Afiliadas en acción


 UNA ENSEÑANZA DE VIDA

 
Por Andrea Linares
Afiiada Maryknoll, Guatemala

Un día estábamos haciendo deberes con mi hija Paula María de 9 años y me preguntó: - Mami, de qué color es la piel de Dios.  Yo sorprendida por la pregunta empecé a pensar qué le respondía y se me vino a la mente la letra de la canción que dice:

 

 
 
De qué color es la piel de Dios. (2)
Dije negra, amarilla, roja y blanca es
todos son iguales a los ojos de Dios.
Dios nos ha dado la oportunidad
de crear un mundo de fraternidad
las diferentes etnias hay que trabajar unidos
siempre de mar a mar.

 
 
Empecé a tratar de resolver esa pregunta poderosa y le explicaba a Paula María que Dios no tiene un solo color de piel porque Él tiene todas las tonalidades a la vez, que Él era tan grande que la piel era multicolor.  Además cada persona lo podía ver del color que más le gustara, y me preguntó: - ¿Lo puedo hacer rosa? Y yo le dije: ¡Sí, del color que tú quieras verlo!
 
El color de la piel solo es una forma en la que el pigmento de melanina aparece en el cuerpo humano, sin embargo la diversidad es más compleja y nos debe llevar a romper las cadenas de diferenciación que nosotros mismos, como sociedad, nos hemos impuesto; todos somos hijos de la misma tierra y del mismo Dios Padre y Madre.  Vernos como hermanos y hermanas requiere que podamos dialogar, eso quiere decir encontrarse, discutir, platicar sobre algo que es común como la historia de Latinoamérica, dañada y oprimida, en donde conviven 642 pueblos indígenas (CEPAL), en varios de los países de la región, Bolivia o Guatemala, los indígenas constituyen la mayoría de la población. Y, en México, aunque no son la mayoría, constituyen alrededor de 11 millones de personas.
 
Todos ellos comparten un pasado colonial, políticas de asimilación y de integración, enraizados en las estructuras de la sociedad que les generan exclusión, despojo de sus tierras y territorios, pobreza, explotación laboral, debilitamiento de sus idiomas, falta de acceso a los recursos y servicios básicos y la discriminación.
 
El grito del pueblo latinoamericano luchador ha desarrollado diferentes formas de resistencia reivindicando sus derechos y demandando cada vez más mayores niveles de participación. Lograr vivir la unidad en la diversidad demanda el respeto de todos por todos, sin que la minoría imponga sus criterios y estilos de vida.  Para ser un ciudadano igual ante la ley, no es necesario transformarse como una fotocopia de los grupos dominantes, hablando el mismo idioma, organizándose como ellos, compartiendo los mismos hábitos, siendo miembros de sus partidos.  Todas y todos somos igualmente ciudadanos manifestando sus diferencias de estilo y cultura, no sólo de pensamiento político.  Este enfoque plurinacional elimina el pretender que la identidad sea sólo una.
 
Todas y todos somos diferentes, pero nadie debe tener un concepto más alto de él, sino que debe reflexionar en lo que Dios le regaló porque así como nosotros, siendo de diferente género, grupo étnico, cultural y lingüístico al reconocer nuestra diversidad podemos fortalecer la unidad.
 
Cómo explicarle a Paula María esta situación tan compleja… solo pude terminar de expresarle que Dios no hace distinción en los colores de piel, que a Él no le importa la etnia o grupo humano al que pertenezcamos sino cómo nos relacionamos los unos con los otros, en cómo dialogamos y respetamos al otro, a la otra.  Y ella me respondió: A Dios le importa que todos y todas nos amemos como hermanos y hermanas.  Y solo asentí, con el nudo en la garganta de lo que pudo ser una enseñanza de vida.

 
 
 Paula Pérez y Andrea Linares
en el Lago de Atitlán, Sololá, Guatemala

 

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