UNA ENSEÑANZA DE VIDA
Por Andrea Linares
Afiiada Maryknoll, Guatemala
Un día estábamos
haciendo deberes con mi hija Paula María de 9 años y me preguntó: - Mami, de
qué color es la piel de Dios. Yo
sorprendida por la pregunta empecé a pensar qué le respondía y se me vino a la
mente la letra de la canción que dice:
De qué color es la
piel de Dios. (2)
Dije negra, amarilla, roja y blanca es
todos son iguales a los ojos de Dios.
Dios nos ha dado la oportunidad
de crear un mundo de fraternidad
las diferentes etnias hay que trabajar unidos
siempre de mar a mar.
Dije negra, amarilla, roja y blanca es
todos son iguales a los ojos de Dios.
Dios nos ha dado la oportunidad
de crear un mundo de fraternidad
las diferentes etnias hay que trabajar unidos
siempre de mar a mar.
Empecé a tratar de resolver esa
pregunta poderosa y le explicaba a Paula María que Dios no tiene un solo color
de piel porque Él tiene todas las tonalidades a la vez, que Él era tan grande
que la piel era multicolor. Además cada
persona lo podía ver del color que más le gustara, y me preguntó: - ¿Lo
puedo hacer rosa? Y yo le dije: ¡Sí, del color que tú quieras verlo!
El color de la
piel solo es una forma en la que el pigmento de melanina aparece en el cuerpo
humano, sin embargo la diversidad es más compleja y nos debe llevar a romper
las cadenas de diferenciación que nosotros mismos, como sociedad, nos hemos
impuesto; todos somos hijos de la misma tierra y del mismo Dios Padre y
Madre. Vernos como hermanos y hermanas
requiere que podamos dialogar, eso quiere decir encontrarse, discutir, platicar
sobre algo que es común como la historia de Latinoamérica, dañada y oprimida,
en donde conviven 642 pueblos indígenas (CEPAL), en varios de los países de la
región, Bolivia o Guatemala, los indígenas constituyen la mayoría de la
población. Y, en México, aunque no son la mayoría, constituyen alrededor de 11
millones de personas.
Todos ellos
comparten un pasado colonial, políticas de asimilación y de integración,
enraizados en las estructuras de la sociedad que les generan exclusión, despojo
de sus tierras y territorios, pobreza, explotación laboral, debilitamiento de
sus idiomas, falta de acceso a los recursos y servicios básicos y la
discriminación.
El grito del
pueblo latinoamericano luchador ha desarrollado diferentes formas de
resistencia reivindicando sus derechos y demandando cada vez más mayores
niveles de participación. Lograr vivir la unidad en la diversidad demanda el respeto de todos por todos, sin que la minoría imponga sus criterios y
estilos de vida. Para ser un ciudadano
igual ante la ley, no es necesario transformarse como una fotocopia de los
grupos dominantes, hablando el mismo idioma, organizándose como ellos,
compartiendo los mismos hábitos, siendo miembros de sus partidos. Todas y todos somos igualmente ciudadanos
manifestando sus diferencias de estilo y cultura, no sólo de pensamiento
político. Este enfoque plurinacional
elimina el pretender que la identidad sea sólo una.
Todas y todos somos
diferentes, pero nadie debe tener un concepto más alto de él, sino que debe
reflexionar en lo que Dios le regaló porque así como nosotros, siendo de
diferente género, grupo étnico, cultural y lingüístico al reconocer nuestra
diversidad podemos fortalecer la unidad.
Cómo explicarle a Paula María esta situación
tan compleja… solo pude terminar de expresarle que Dios no hace distinción en
los colores de piel, que a Él no le importa la etnia o grupo humano al que
pertenezcamos sino cómo nos relacionamos los unos con los otros, en cómo
dialogamos y respetamos al otro, a la otra.
Y ella me respondió: A Dios le importa que todos y todas nos amemos
como hermanos y hermanas. Y solo
asentí, con el nudo en la garganta de lo que pudo ser una enseñanza de vida.
Paula
Pérez y Andrea Linares
en el Lago de Atitlán, Sololá, Guatemala
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