ABRAMOS LAS PUERTAS AL DIÁLOGO EN GUATEMALA
Por Steve Barret, Afiliado Maryknoll
Quetzaltenango, Guatemala
Vivimos
en tiempos muy contradictorios. Por un
lado, se habla de la necesidad de “celebrar la diversidad” de culturas, idiomas
y creencias de la familia humana. Y por
otro, siguen atrincherados los prejuicios de toda índole: de género, de clase y
de etnia, aunque estas clases de discriminación suelen manifestarse más
disfrazadas que antes. Para confundirlo
todo, tenemos el fenómeno conocido como la globalización que supuestamente une
a todo el mundo. Su mayor fruto, sin embargo, parece ser
estandarizar al mundo. Quetzaltenango,
departamento de Guatemala, por ejemplo, tiene cuatro restaurantes de McDonald y
se encuentran muchos otros negocios y productos que no se encontraban aquí hace
quince años, pero ¿cómo exactamente es que esto nos une? ¿Qué diversidad se celebra cuando todos
compran lo mismo, hablan el mismo idioma y piensan lo mismo? ¿Será que esto es lo que Jesús tenía en mente
al orar a Dios porque todas y todos fuéramos unidos?
Las
variadas experiencias que he tenido a lo largo de mi vida adulta con personas
de distintas denominaciones y religiones me convence que estar unido en la fe
no quiere decir que deberíamos pensar lo mismo en todo. Este viaje de fe inició en mi niñez cuando
crecí en la Iglesia Metodista Unida, una denominación protestante conocida por
su ecumenismo, y sigue hasta el presente.
Comparto en este espacio algunas de mis experiencias ecuménicas que
sobresalen más para mí.
A
finales de los años 1980 y a inicios de los 1990 tuve la gran dicha de
participar en Encuentros Cristianos, un movimiento integrado por personas
evangélicas, protestantes y católicas que se reunían mensualmente en las varias
regiones de Guatemala para reflexionar, orar y buscar cómo responder a la
realidad nacional en esos últimos años de la guerra civil. Este movimiento llevó a la formación de la
instancia Jornadas por la Vida y la Paz, la cual influyó en los Acuerdos de la
Paz.
Cuando
paso tiempos prolongados en los EEUU, vivo en una comunidad de fe de los
Trabajadores Católicos (Catholic Worker) en Columbia, Missouri. En la comunidad celebramos servicios
religiosos a los cuales invitamos a personas de las diversas expresiones de la
fe cristiana y de las comunidades judía y musulmana. Los vínculos y la solidaridad que han salido
de estos encuentros me recuerdan cómo urge establecer lazos entre las varias
expresiones fe que se dan en Guatemala, incluso la espiritualidad maya, ya que
existen tantas divisiones y poco diálogo.
Actualmente
me reúno mensualmente con un grupo de personas de diversos trasfondos, todos
cristianos y algunos practicantes de la espiritualidad
maya, con el propósito de retomar lo que se inició en los años de Encuentros
Cristianos. De hecho seis de los
integrantes de este grupo participábamos en dicho movimiento. Somos una pequeña comunidad de fe que busca
rescatar y vivir la fe profética anunciada por Jesús que denuncia toda
injusticia al mismo tiempo que anuncia que otro mundo es posible. Coincidimos con la letra de la canción del
famoso conjunto musical, Los Guaraguao, que reza, “Iglesia que no denuncia la
injusticia y la opresión es una iglesia rendida.”
¿Cómo
evitamos ser una iglesia rendida en tiempos tan complicados como los que
vivimos actualmente? ¿Cómo evitamos ser
una iglesia anti Pentecostés que no intenta entender mucho menos valorar las
diferencias entre las personas, que no cede ante las presiones de la
globalización de moldear a todas y todos en una sola imagen? Nos urge “abrir las puertas,” como urgió Juan
XXIII y no quedarnos encerrados y estancados en nuestras particulares
expresiones de fe. Al tomar las manos de
nuestras hermanas y hermanos que creen de maneras distintas a nuestra manera de
creer, todas y todos salimos enriquecidos y fortalecidos en nuestra fe. Sólo así, en comunidad, podemos comenzar a
sanar las divisiones que desgarran al mundo de hoy y enfrentar los enormes
desafíos que nos enfrentan a la raza humana.
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