viernes, 27 de febrero de 2015

Por una vida digna

JULIA ESQUIVEL: " EL ESPÍRITU SANTO NO NOS DEJA EN PAZ..."
 
Por Ana Lucía Ramazzini
Afiliada Maryknoll, Capítulo Guatemala

En el momento de iniciar, un silencio rodeó la habitación de la casa Maryknoll en la ciudad de Guatemala, lugar en el que el Capítulo de Afiliadas y Afiliados nos encontrábamos para nuestra primera reunión del 2015.  Nos acompañaban hermanas y un hermano de Maryknoll. No era un silencio común.  Era uno que nace del profundo deseo de escuchar, de sentir y vivir cada palabra que se iba a pronunciar.  Su figura menuda contrastaba con la presencia imponente de una mujer que se sabe hija de la historia de nuestro país. 

Maestra de primaria, escritora, poeta, exiliada, viajera denunciante ante el mundo de lo que se estaba viviendo en Guatemala durante el conflicto armado interno. Denuncia que, además, hizo a través de su poesía: “Los poemas que escribí surgieron porque quería contar lo que pasaba, pero los relatos eran tan terribles que me costaba mucho transmitir lo que estaba pasando y me quedaba sin palabras”. El hilo conductor de su vida fue la transgresión.  Y por eso, durante aquellos años, la respuesta de un Estado que arremetía contra toda disidencia no se hizo esperar.  Fue sobreviviente de varios atentados de parte de las fuerzas represoras.

Julia Esquivel comenzó su plática de una forma muy significativa: Partiendo de la esperanza.  Como ella misma expresó: “Esa esperanza que impulsa, que motiva, que persigue la voluntad de una persona para que trabaje por la justicia, la paz y los derechos humanos”.

Poco a poco nos fue compartiendo cómo fue haciéndose consciente de la realidad que vivía.  Recuerdos de su niñez entre un libro escrito por Juan José Arévalo, pedagogo y presidente revolucionario de Guatemala, en donde la narración sobre la “conquista”, la hacía llorar a través de lágrimas envueltas en el dolor que le causaba la manera como llegaron los invasores y despojaron a los pueblos originarios.  Sus memorias también nos trasladaron a la mesa del comedor familiar a finales de la década de los treinta e inicios de los cuarenta, en donde escuchó testimonios de un abogado que acaba de salir de la cárcel por estar en contra de la dictadura de Jorge Ubico.  Nos hizo sentir las palabras de su padre, cuando le dijo casi susurrando: “Esto no se cuenta a nadie, es muy peligroso”.

Su forma tan personal de dar a conocer las diferentes maneras en que Dios le habló, no con palabras religiosas, sino a través de anécdotas, nos hizo preguntarnos internamente a quienes estábamos allí cuáles han sido esas maneras de dirigirse a cada una y uno de nosotros.

Un profesor tuvo un fuerte impacto en ella cuando hablaba de las situaciones de alto riesgo a las que diariamente se enfrentan las niñas y niños que viven en la calle.  Este mismo maestro la invitó a formar parte de una institución para velar por sus derechos. Ella iba a enseñar Biblia, pero fueron los niños y niñas que, como ella expresa: “Me cuestionaron mi amor cristiano, mi servicio a Dios”.

Recuerda a que los siete años fue la primera vez que escuchó el relato de la crucifixión. Inmediatamente se puso al lado de Jesús, no de quienes lo crucificaron. Nos compartió que las Escrituras tocaron su corazón y la llamaron a vivir de cierta manera.  Sin embargo, con mucha fuerza señaló: “Me dolió mucho saber que no podía ser pastor por ser mujer.  Pero pedí dar clases en un internado de jóvenes mujeres y hombres para tener un pastoreado clandestino.  Aprendí muchísimo.  Muchos padres llevaron a sus hijos porque decían que tenían problemas.  Yo descubrí que los problemas los tenían los padres. Fue una escuela de la vida”.  Luego trabajó con niños y jóvenes en procesos de rehabilitación. Fue una de sus mayores experiencias de conversión a través del dolor.

A lo largo de su vida, conoció a personas comprometidas con la transformación de la pobreza y eso la hizo tener otra perspectiva.  El libro de Gustavo Gutiérrez sobre la Teología de la Liberación fue un regalo.

Otra experiencia fuerte de conversión la vivió en Ginebra, Suiza al convivir con personas de diversas iglesias: “Me abrió el panorama de una manera muy amplia.  Al volver quise trabajar ecuménicamente aquí, pero ha sido muy difícil. […] Me preguntan si soy católica o evangélica. Yo respondo que tengo un poco de las dos.  Estoy y continuaré buscando el sentido de seguir a Cristo, de conocerlo a través de las diversas formas en que se muestra.  El hambre no tiene religión, el sufrimiento no tiene denominación. […] Ser cristiano es abrir los brazos a otros.  Ser libre para hacerlo, atreverse a acoger. Nadie va a entrar al cielo por doctrina, sino por amor. Estar ya en el cielo es amar al prójimo.”

Al hablar sobre la actualidad, su postura se pone firme, sus gestos son más expresivos y con voz fuerte señala: “La situación de hoy es un grito, un llamado de Jesús sufriendo en la cara de los pobres, ¡Y no podemos ser indiferentes!”.  Continúa hablando y hace una comparación en el tiempo: “Lo que aquí pasó durante la guerra fue brutal, salvaje.  Fue bestial la forma como se trató a la gente.  Lo que me mueva ahora es que las comunidades están resistiendo, a pesar de ser calumniadas, criminalizadas y señaladas de terroristas.  Creo que si eso no nos escandaliza y nos levanta en contra de algo así, es que hemos perdido parte de nuestra humanidad”.

Varias personas que estaban en la reunión, inquietas le preguntan ¿Cómo lograr aportar para transformar lo que estamos viviendo? Julia Esquivel, hace una pausa, respira hondo y dice: “Cada uno tiene que buscar el lugar donde se sienta que puede aportar más.  No se puede abarcar todo.  Debemos evaluar dónde está nuestro lugar.  Yo he escogido la resistencia. No debemos desanimarnos y decir que lo que hacemos no sirve para nada. Necesitamos hablar de los problemas y profundizar en las causas.”

La charla-encuentro fue terminando. Pero el ambiente estuvo repleto del mismo sentimiento con el que inició: La esperanza.  Nos fuimos levantando para ir a la refacción.  Sin duda alguna, muchas frases de su plática siguieron resonando en nuestro interior. Durante la comida, algunas personas compartieron la siguiente: “El Espíritu Santo no nos deja en paz, está todo el tiempo apretando el corazón para seguir adelante, para buscar caminos de servicio”.

Julia Esquivel junto a los Afiliados y las Afiliadas Maryknoll del Capítulo Guatemala

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